martes, 19 de abril de 2016

Absurdo, el que no juega

En un segundo dos miradas se cruzan.

Hay un tentempié en cada pestañeo que se da, entre cada señal que no registran, entre cada sonido que no emiten, entre cada paso que se desentiende por completo en búsqueda de un fin claro.
Primero ella lo ve a él, o él la ve a ella en primer lugar. Es confuso, difuso. Ambos no lo saben, pero una primera instancia es sobrellevada, aun en la lejanía que dista de ser inesperada, es netamente impensada desde un comienzo.

Sus manos  se mueven de un lado a otro, y los pies dan pasos que van y vienen una y otra vez sin moverse cada uno de su lugar, pero sincronizando una parábola de sentido, en relación a la música y el uno con el otro.

Una atracción sin descripción hermética y química se manifiesta en el ambiente -insisto-sin dar cuenta de nada aún, por nada ni nadie, lo que desemboca en una férrea resolución que sólo las dos partes quizá puedan llegar a conocer.

Empero, el contexto es ruidoso, tumultuoso, borroso, confuso y por sobre todas las cosas, difuminado entre tan poca luz y tanto movimiento humano que distrae el foco de atención. Es difícil obtener claridad, si la oscuridad da lugar a que la presencia y los cuerpos sean los principales actores de una obra con telón bajo. No hay luces que clarifiquen, ni escenario que organice.

Sin embargo, la razón desaparece y el juego no tan absurdo comienza a surgir, sin que aún se den cuenta de nada. De un instante a otro, de una agitada respiración hacia otra. se produce un latente paso de cercanía, producto de uno previo y gestor de un siguiente. Y quizá esa sea la razón, entre tanta irracionalidad, para conjugar el verbo exacto en el momento exacto en el que ambas partes se atraen sin intercambiar palabra alguna. Entre tantos sonidos, no hay uno solo que sea desencadenante y envolvente a la vez de un camino claro a seguir. La fuerza y el peso de la mirada de ambos sexos repercute por dentro, y los acerca aún más a lo que quizá sienten que puede suceder, pero lejos están de ignorar. Es una posibilidad aún. Una fuerza latente los empuja a un vació que hay que llenar, lo perciben en el ambiente, lo detectan en sus cuerpos, y peligra de surgir.

Un relámpago quizá, o la propia fuerza despierta los sentidos por dentro de él, y decide acercarse físicamente hacia ella, tan atrayente, vivaz, preciosa, que no dista de ser una circunferencia indebida a la que apunta para llegar a destino. Hay un camino claro que se desdibuja a los ojos ajenos, pero no para él, a quien los puntos se unen en conexión con esa otra.

Ella lo conoce, lo intuye, lo percibe. Pero  no da cuenta de la situación, más allá del efímero intercambio de miradas, en ningún momento se percató de la cercanía con la que tanto anhelaba, y que en concreto ya casi alcanzaba. No lo demostraba, pero lo deseaba. Con lo cual, al sentir la presencia y energía de él, ella se autoconvoca a surgir en su organismo una férrea sensación de entusiasmo que aviva la chispa insensata de la noche, y el placer de concretarse el encuentro.

Entonces él reduce distancia entre paso y paso, haciéndose paso entre la gente que no le abre el paso. Los segundos son minutos, y la hora ya no existe. El instante es una eternidad. Casi están cara a cara. Pero no. El cara a cara tarda en suceder, en medio de tanta fluidez inhóspita, el estallido tarda un momento más.

A ella le llama, lo atrae él, quien ya esta prácticamente a su lado y dirige toda su atención, de pies a cabeza, de sentido en sentido a un encuentro aún mas cercano. Un tacto ambiguo y válido de su naturaleza, rodeada de nadie en la mira a él.

Lo físico contradice la razón, y la emergencia de sentirse a centímetros configuran un deseo de ambos, que de concretarse, nada mas debería importar. Ni uno, ni los otros, sino ambos.
Y qué importa si no hay un" por qué" de continuar, sino más bien el deseo de querer, entre tanto no querer de otros momentos.  El paso que da un traspaso sin pisar fuerte, pero queriendo acercarse a su
boca, su cara, sus ojos, su cuerpo, su pelo, sus manos.

Lo que ambos no saben, es que de seguir jugando, carecerá de sentido no haberlo hecho. Si el resultado no contradice la situación, el nivel de satisfacción será tan alto que el tacto resulta muy poco en el encuentro físico. Y de no concretarse nada, entonces nada habría tenido sentido. Pero no. Ambos lo intuyeron y lo fueron construyendo en medio de todo y de todos.

El sentido se fue dando, de menor a mayor, creciendo, raspando el suelo, subiendo por los pies, la cadera, el torso, el cuello hasta la boca y entrar por el cuerpo para ser sentido en la sangre, correr por las venas y finalmente revivirlo la mañana siguiente.

En un segundo, dos miradas se cruzaron. Hubo un instante en que los pestañeos no se dieron, las señales no se registraron, y los sonidos no se emitieron, pero el juego se jugó, y la certeza de no saber en qué, pero si sentir con qué, triunfó.

El juego siguió.

Y la noche perduró.