jueves, 30 de abril de 2020

Entrada al Hotel Malibú

Un tumulto de gente en la entrada del boliche Hotel Malibú colisiona un sábado por la noche.
Dos palmeras tienen un color ultravioleta producto de dos reflectores.
Dos hombres corpulentos esperan en la entrada mirando continuamente a todos lados, y masticando mecánicamente chicle con la boca abierta. Desde la entrada del ruidoso lugar, hasta la esquina, todos los presentes hacen fila, y están a los gritos y bien vestidos.

Un joven de anteojos con mirada perdida, se acerca junto a su grupo de amigos con camisas de colores a la escena. Uno ellos, con camisa color rosa, junta el dinero de todos para pagar el ingreso. El joven de lentes, pone ambas manos en los bolsillos, saca un encendedor y prende su cigarrillo. Acto seguido, ignora por completo el pedido del pago de las entradas que le reclama su amigo.

En el instante en que iban a entrar al boliche Hotel Malibú, el de camisa rosa le pregunta al de anteojos por qué no le da el dinero de la entrada. "Dale, dame bola y pagá che", le reclama. Su amigo de lentes lo mira a los ojos, mira sus manos llena de dinero, y le dice: "me cansé de las falsas ganas".

Tambaleando entre mujeres exageradamente producidas y hombres con camisas entalladas, el joven de lentes se aleja de sus amigos con las manos aún en los bolsillos. Al llegar a la esquina, tira su cigarrillo, escupe a un costado, y para un taxi. Se sube.

El conductor le pregunta hacia donde va, a lo que el joven responder: "Mataderos". El taxista lo miró con desprecio, y aceleró aún con el semáforo en rojo.





martes, 28 de abril de 2020

Máquina del tiempo

Hace varios días que los sueños son cada vez más reales, y la realidad necesita que yo mismo le inyecte motivación para seguir adelante.
Mientras tanto, los altibajos son tan recurrentes como el calendario, y los estados de ánimo son tan frágiles como las hojas secas de este raro y húmedo otoño.
Afuera, las caras tapadas me recuerdan que los gestos son cosa del pasado, al igual que un bar, una borrachera de a dos, y los parques urbanos.
Pero es el pasado, precisamente, el que vuelve todos los días por las noches.
Y si cierro los ojos, veo a mi familia, mis amigos, ex novias y calles que incontables veces caminé por Caballito. A mi pesar, esto sólo alimenta mi deseo y ansias por vivir inexorablemente otra realidad.
No obstante, aunque parezca mentira, retroceder en el tiempo finalmente parece posible en cuarentena.
Y aún cuando sólo sea al dormir.