viernes, 17 de junio de 2016

La habitación

Existe una habitación en el mundo de la que un hombre y una mujer no quisieran jamás salir.

La ubicación exacta no fue dada por nadie, y mucho menos la descripción de la casa que la contiene. Sin embargo, quienes entraron aseguran que no recuerdan haber seguido con los datos que las demás parejas les hayan dado. Es un rumor que algunas y algunos cuentan. Todas y cada una de las personas que la visitaron, tienen una versión diferente de donde queda la casa. Es una casa, de todas formas, y no es para nada ajena. Tampoco tiene alguna particularidad. Sin embargo, en algún punto, a todos les pertenece. Pero nadie sabe decir donde es con exactitud, y tan sólo se limitan a contar lo que se siente estar en la habitación de esa casa, a lo que se vive en ella.

Ninguna pareja que haya pasado la noche dentro de esas cuatro y simples paredes, recuerda cómo llego. Por cada pregunta hecha, hay una respuesta difusa. Tanto de él, como de ella. Algunos la describen como "una habitación sin memoria", otros por el contrario, se quedan sin palabras por el sinfín de sensaciones que viven después de haberla habitado, precisamente, al menos por una noche. Al parecer, deja a muchos sin palabras, desconciertos, e incluso, hasta sin aliento.

Pero es la incógnita, la inmensa curiosidad de muchos hombres y mujeres que desean conocer tan elocuente lugar, lo que los ha llevado hasta los extremos por el mero hecho de saber siquiera dónde es, que rumbo tomar, con quien, por cuanto y por sobre todo, cómo. Son jóvenes, son adultos, son de todas las edades. Son de una noche, son novios, son recién conocidos, son parejas desde hace añares, son matrimonios, son los títulos que sean o existan en las relaciones monogámicas. Son todos los que se dejan llevar por los rumores de quienes la han pisado -y disfrutado-, los que se preguntan qué tiene de especial una simple habitación, cuya particularidad es que tiene un requisito inquebrantable para entrar: compartir una sola noche de a dos. No importa cuando, donde, con quien. Pero así tiene que ser. Sólo una noche y no más.


Las experiencias hablan de un lugar que rompe con todos los segundos, minutos y horas de solo girar un picaporte gastado, sin necesidad de una llave. De un oasis a medio camino descubierto luego de abrir una puerta cualquiera, y que tras cerrarla, las miradas no se desenfocan del uno del otro, sino que chocan entre sí evitando decir tan solo dos o tres palabras como mucho. Las palabras van a ser traducidas en el tacto de cada uno.  Tacto, tan punzante y vívido, que ya no existe otro foco de distracción, más allá del cuerpo sentido por ambos sexos en el instante en el que entraron, y que los encuentra teñidos de solvencia. Posee el clima exacto para lograr revivir aquello que estaba resguardado, quizá muy en el fondo de ella, y que tenía un sentido que esperaba para ser despertado dentro de él, y viceversa. Una sencillez ambigua que conecta a quienes creen estar conectados, pero multiplicado, triplicado y llevado a niveles que potencia el deseo: deseo como un arma de fuego, que no desenfunda en un mero desquite sexual, sino que va mucho más allá de los límites, contemplando las necesidades de explotar el sentido del uno con el otro derrochando impulsos. Son palpitaciones que laten una y otra y otra vez con una convicción declarada sin decirla, a velocidades imposibles de contar. Donde los placeres lujuriosos de una sola noche, compenetran en los olvidos de los demás días de sus vidas. Es una noche diferente, desde la matriz del cuerpo de cada uno que se atreva a ahondar siquiera en semejante energía desdichada entre las paredes, que rebota por cada suspiro que las bocas desentrañan en cada movimiento; que vislumbra ráfagas de placer e iluminan una oscuridad clarificada en una habitación, que aparenta ser una más de las que ya han estado. Es quizá un desencuentro de los alrededores de quienes abren la puerta, y deciden recostarse por una noche junto con quienes les significan algo. No interesa qué, no interesa cuánto, no interesa cómo. Sí interesa la habitación que tanta potencia genera, que tanto presencia, que tanto despierta en quienes pasan tan solo una noche dentro de ella. No hay una claridad de lo que sucede, no hay chispazos de recuerdos lúcidos, pero si huellas de lo que sienten quienes atraviesan esa puerta. Hay una cuota de vacío del exterior, difuminado por lo lleno que está la habitación en las manos de sus huéspedes. De cómo la llenan, y quiénes la llenan. La cualidad de estar explorando sensaciones que un hombre y una mujer consideraban inciertas, las son vividas con gloria y satisfacción en un lugar en el que saben bien lo bien que se sienten mutuamente, el uno frente al otro, en sus ojos, en la cercanía, en su cercanía a la que han llegado, la que han encontrado, la que han comentado y escuchado de boca en boca tras los dichos de los hechos de los demás, que no surgieron de ningún otro lado que no sea más que de un sencillo lugar encontrado tras el pasaje de la curiosidad, hacia ningún sentido claro, sin ninguna decisión concreta, pero que concretan la noche que los condujo a la habitación de la que todos hablan, a la que todos entran.

Y de la que nadie quiere salir.

viernes, 3 de junio de 2016

Una mirada Azul

Azul comienza su día desde muy temprano sin importar qué día de la semana sea, y sin importar el estado de ánimo que tenga.

Lo primero que hace es dar vueltas dentro de su propia cama, porque para ella irse a dormir y despertar, es un abrir y cerrar de ojos diario, un placer efímero que se manifiesta en pos de disfrute y nada más. Da entonces una vuelta, da dos, da tres y después se toma el tiempo necesario para saber si necesita una cuarta vuelta más - cosa que por lo general duda hasta que finalmente la da. Intenta dejar la cama cuidadosamente desordenada y meticulosamente imperfecta, lo suficiente como para no tener que lidiar con volver a hacerla, y tampoco para que la castiguen por no hacerla a la vez. Cada día encuentra el equilibrio de tiempo justo entre la pesadumbre del despertar, y su necesidad por levantarse, o porque la obligan a levantarse. Le cuesta, pero lo hace.

En sueños es donde encuentra dos maneras de ver y entender su propia realidad. Por un lado, descansa de tanta rutina que no le aburre, sino que la resignifica cansando de vez en cuando, como a cualquiera. Por otro lado, sueña entre colores. Son colores que disienten a los diarios, remiten a las cosas, e interpretan a sus pares y sus alrededores con una perspectiva que solo ella tiene, no así el resto de su familia. No llega a reconocer si lo que sueña es blanco y negro, o solo blanco, o solo negro. Y tampoco tiene muchas intenciones de decirlo, pero lo sabe, lo sueña, y lo demuestra como un aspecto de su vida.

Un aspecto del que está segura: todo debe ser blanco. Y aún sin abrir los ojos, o mientras duerme. Es su preferencia por excelencia. Le gusta el blanco, se viste de blanco, le atrae el blanco, anhela el blanco, lava su propio blanco todos los días, y empecinada, no quiere saber nada con otro color, salvo por algún que otro detalle negro oscuro como para generar un leve contraste, pero que no es mas que un incisivo detalle. Ninguna otra cosa le llama más la atención, que si misma. Y su blancura, por supuesto.

En cuyo caso, es en la mirada donde uno interpreta la diferencia. Y es que si no fuese porque el color de sus ojos cambia en el reflejo de la luz del sol, nadie sería capaz de afirmar con total seguridad si son amarillentos o verdosos. Por las tardes, la intermitente luz solar que penetra por la ventana de su cocina, de vez en cuando da puntillosamente en cada iris suyo, provocando una superposición de colores verde y amarillo que es imposible de pasar desapercibido. Pincelan demasiada claridad con demasiada sencillez, que en detalle dejan de lado su todo.

Ella no concibe y tampoco va a concebir que los placeres no son más de los que ya tiene. No cree en las cosas grandes, no le interesa lo material. Lo grande para ella es todo lo que la rodea, lo que para otros es insignificante, es tajante en su forma de concebirlo. Los rincones seguramente le guarden mayor lugar -y provecho- si en su perspectiva, una cima son un metro y medio, y su hogar es su mundo, en donde un salto esporádico a ningún lugar revierte un momento cualquiera para hacerlo más divertido.

Azul es una obsesiva de la limpieza, y su imagen. En el instante en que un tercero o cualquier cosa la incomode, inmediatamente se limpia, sin que eso repercuta en su imagen. Un perfume importado es su gran debilidad, lo siente profundamente como un detalle bienvenido de completar un buen cuidado personal, y lo disfruta de solo olfatearlo.

Azul exige y agradece cada plato que se le cocina, sea mañana tarde o noche. Pero al mismo tiempo, abusa de eso, ya que nunca termina de estar satisfecha y peca de gula constante. Comer es algo rico e insaciable como una siesta por tiempo indeterminado, pero con la diferencia de que dormir no le genera sobrepeso.

Muy probablemente no haya diferencia entre hoy y mañana, teñido de las sencillas razones que no comprometen a nadie, más que a sí misma a sentirse bien, y lo suficientemente cómoda como para no salir de sus propias estructuras. Por supuesto, no se deja llevar por las habladurías de la mayoría, porque a los ojos de cualquiera, no es comprendida y mucho menos enfatizada. Pero en respuesta de las críticas, decide continuar saltando de siesta en siesta.

En esencia, el afecto y el cariño para con su familia y su hogar, son equivalentes a su propia dependencia. Dependencia recíproca, que la conduce todos los días a sentirse bien, feliz, segura, cálida, importante y aceptada desde hace 17 años. Así como ella forma parte ellos, ellos forman gran parte de su sencilla sencilla vida.

Porque su ayer, es igual que su hoy, y muy probablemente que su mañana.

Y porque sus vueltas, antes y después de acostarse, también.