Existe una habitación en el mundo de la que un hombre y
una mujer no quisieran jamás salir.
La ubicación exacta no fue dada por nadie, y mucho
menos la descripción de la casa que la contiene. Sin embargo, quienes entraron
aseguran que no recuerdan haber seguido con los datos que las demás parejas les
hayan dado. Es un rumor que algunas y algunos cuentan. Todas y cada una de las
personas que la visitaron, tienen una versión diferente de donde queda la casa.
Es una casa, de todas formas, y no es para nada ajena. Tampoco tiene alguna
particularidad. Sin embargo, en algún punto, a todos les pertenece. Pero nadie
sabe decir donde es con exactitud, y tan sólo se limitan a contar lo que se
siente estar en la habitación de esa casa, a lo que se vive en ella.
Ninguna pareja que haya pasado la noche dentro de esas
cuatro y simples paredes, recuerda cómo llego. Por cada pregunta hecha, hay una
respuesta difusa. Tanto de él, como de ella. Algunos la describen como
"una habitación sin memoria", otros por el contrario, se quedan sin
palabras por el sinfín de sensaciones que viven después de haberla habitado,
precisamente, al menos por una noche. Al parecer, deja a muchos sin palabras,
desconciertos, e incluso, hasta sin aliento.
Pero es la incógnita, la inmensa curiosidad de muchos
hombres y mujeres que desean conocer tan elocuente lugar, lo que los ha llevado
hasta los extremos por el mero hecho de saber siquiera dónde es, que rumbo
tomar, con quien, por cuanto y por sobre todo, cómo. Son jóvenes, son adultos,
son de todas las edades. Son de una noche, son novios, son recién
conocidos, son parejas desde hace añares, son matrimonios, son los títulos que
sean o existan en las relaciones monogámicas. Son todos los que se dejan llevar
por los rumores de quienes la han pisado -y disfrutado-, los que se preguntan
qué tiene de especial una simple habitación, cuya particularidad es que tiene
un requisito inquebrantable para entrar: compartir una sola noche de a dos. No
importa cuando, donde, con quien. Pero así tiene que ser. Sólo una noche y no
más.
Las experiencias hablan de un lugar que rompe con
todos los segundos, minutos y horas de solo girar un picaporte gastado, sin
necesidad de una llave. De un oasis a medio camino descubierto luego de abrir
una puerta cualquiera, y que tras cerrarla, las miradas no se desenfocan del
uno del otro, sino que chocan entre sí evitando decir tan solo dos o tres
palabras como mucho. Las palabras van a ser traducidas en el tacto de cada
uno. Tacto, tan punzante y vívido, que
ya no existe otro foco de distracción, más allá del cuerpo sentido por ambos
sexos en el instante en el que entraron, y que los encuentra teñidos de
solvencia. Posee el clima exacto para lograr revivir aquello que estaba
resguardado, quizá muy en el fondo de ella, y que tenía un sentido que esperaba
para ser despertado dentro de él, y viceversa. Una sencillez ambigua que conecta a
quienes creen estar conectados, pero multiplicado, triplicado y llevado a
niveles que potencia el deseo: deseo como un arma de fuego, que no desenfunda
en un mero desquite sexual, sino que va mucho más allá de los límites,
contemplando las necesidades de explotar el sentido del uno con el otro derrochando
impulsos. Son palpitaciones que laten una y otra y otra vez con una convicción
declarada sin decirla, a velocidades imposibles de contar. Donde los placeres
lujuriosos de una sola noche, compenetran en los olvidos de los demás días de
sus vidas. Es una noche diferente, desde la matriz del cuerpo de cada uno que
se atreva a ahondar siquiera en semejante energía desdichada entre las paredes,
que rebota por cada suspiro que las bocas desentrañan en cada movimiento; que
vislumbra ráfagas de placer e iluminan una oscuridad clarificada en una habitación,
que aparenta ser una más de las que ya han estado. Es quizá un desencuentro de
los alrededores de quienes abren la puerta, y deciden recostarse por una noche
junto con quienes les significan algo. No interesa qué, no interesa cuánto, no
interesa cómo. Sí interesa la habitación que tanta potencia genera, que tanto
presencia, que tanto despierta en quienes pasan tan solo una noche dentro de
ella. No hay una claridad de lo que sucede, no hay chispazos de recuerdos
lúcidos, pero si huellas de lo que sienten quienes atraviesan esa puerta. Hay
una cuota de vacío del exterior, difuminado por lo lleno que está la habitación
en las manos de sus huéspedes. De cómo la llenan, y quiénes la llenan. La
cualidad de estar explorando sensaciones que un hombre y una mujer consideraban
inciertas, las son vividas con gloria y satisfacción en un lugar en el que
saben bien lo bien que se sienten mutuamente, el uno frente al otro, en sus
ojos, en la cercanía, en su cercanía a la que han llegado, la que han
encontrado, la que han comentado y escuchado de boca en boca tras los dichos de los hechos de los demás, que no surgieron de ningún otro lado que no sea más que de un sencillo lugar encontrado tras el pasaje de la curiosidad, hacia ningún sentido claro, sin ninguna decisión concreta, pero que concretan la noche que los condujo a la habitación de la que todos hablan, a la que todos entran.
Y de la que nadie quiere salir.
Y de la que nadie quiere salir.