jueves, 15 de diciembre de 2016

15 momentos cualquiera, de un día cualquiera

1 - Dos polos negativos también se hacen positivos al acercarse al borde de un precipicio.

2 - Una incipiente atracción de dos cuerpos de sexos opuestos que calcinan en espacio y tiempo se produce en alguna ciudad o pueblo.

3 - El nacimiento de un niño requiere la atención que merece construir la vida en esta vida.

4- Y mientras tanto, los virtuosos, los artistas y los genios renuevan los aires para las próximas generaciones y sus consumos en formación.

5 - Nuevamente, dos almas deambulan de un lado a otro sin saber con exactitud qué camino tomar,y es en ese instante donde dan el puntapié para entender qué paso dar.

6 - Un jóven que cruza una calle encuentra una nota con un pedazo de su canción favorita: "adentro tuyo, es único"

7 - La mano de una madre se hace carne en el tacto de la panza de otra embarazada, y en el ser dentro.

8- El violín de un músico de orquesta se desafina justo antes de comenzar una pieza de Mozart, por lo que decide imaginar interpretar la partitura, y lo logra a tiempo.

9 - El murmullo de una manifestación hace temblar las gigantes columnas del congreso de una capital europea.

10- Un atleta en pleno entrenamiento respira y sobrevive bajo la brisa de un atardecer de verano.

11- La primer gota de lluvia de tormenta, cae y se desliza en una palmera sedienta de mares en una isla.

12 - El maullido de un gato encierra todos los errores y todas las comodidades de su dueño de departamento.

13- El sol refleja en una puerta ventana de un edificio, y dificulta a una adolescente la lectura de Macbeth.

14- El telón de un emblemático teatro se abre y el público se enmudece con lo que se encontraba detrás.

15- Los primeros centímetros de una flor que se abre, perciben la fortaleza de la energìa de una mañana de septiembre.

viernes, 23 de septiembre de 2016

Escribir: pensar al revés

Antes de acostarse, pensó una vez más qué es lo que en verdad quería hacer mañana. Pensó y se levantó. Preparó un café y dio media vuelta a la silla para ubicarla delante del escritorio. El escritorio estaba desordenado, con botellas, servilletas, tazas, un vaso, y amarettis abiertos casi terminados y comprados hace una semana. Casi que ni tenían gusto ni olor. Casi que no eran amarettis. Miró una vez la lámpara, dos veces sus pies y unas tres o cuatro al gato que dormía sobre el mobiliario.

Cuando buscó acomodarse los pies, dio cuenta de cuánto evadía el cierre del día, asique erguido se sentó y los ojos como faros luminosos abrió. Los abrió de tal forma que el escritorio se acomodó, los papeles se volaron, despertó al gato de un salto y la persiana, de golpe, se levantó y dejó entrar la noche.Primero tomó la hoja delante de él y fijamente la analizó. Trató de entrever qué tenía para decir, cómo, a quién, cuándo y dónde. Pero sus palabras no salían. No salían y revolvió una y otra vez su mochila para detectar si en algún momento, en algún transporte siquiera, alguna idea se había volado por una ventanilla semiabierta, o si algún ladrón sin darse cuenta se la sacó junto con sus auriculares.No hubo mucho disparador en cuanto a temática y mensaje, en cuanto a tema y motivo, en cuanto a nada.

Su pelo tiró hacia atrás y las manos empezó a llevarse a la cara una y otra vez como si le fuesen a dar la respuesta frente -ahora- una pregunta en blanco. Son las manos las que escriben, son las manos las que deciden colocarse como conectores a la mente y la hoja, la tinta y las ideas, las razones y las preguntas y los enigmas. Pero en ese momento, las manos a su cara se dirigían como imantadas, evitando que la hoja se llenara aunque sea de un tercio de los insultos que al aire arrojaba sin cesar.
Un reloj en dirección paralela a su silla, cada vez sonaba más y más fuerte, pesando y repiqueteando los segundos en su cabeza. El tiempo de repente le pesaba como su cabeza, como si la humedad dejara con jaqueca sus pensamientos, inocuos y bloqueados a no salir a ninguna parte. Las ideas entonces en su mente quedaban, y los turbulentos minutos de vez en cuando lo golpeaban, lo desfiguraban.

En un abrir y cerrar de ojos, se encontró luchando con el sueño otra vez. Y es que el café negro como esa misma noche, no hizo más que darle apenas un suspiro de lucidez frente al cansancio que arrastraba, y la antagónica lucha con sus ganas de querer cambiar el final de ese día. Era esa lucha interna y externa, implícita y explícita a la vez, lo que tanto lo inquietaba: que la realidad no fuese más que caminar igual, y en su cabeza correr significara cambiarlo. Cambiar y no arrimar, no acercar, no flaquear, no imaginar, no desear, no contrarrestar, no simular, no difuminar, ni fumar, ni rasguñar siquiera un mínimo de todo ese idealismo que tanto lo potenció la noche antes de irse a dormir.
Y sin decidir y ni dormir, soñó escribir al encontrarse escribiendo.

Soñó despierto entonces que la hoja de repente se desprendía de la mesa, para impregnarse en su cara y como fusionara quedara ante sus ojos y su mirada. Que las manos que antes lo aprisionaban, de repente - también- no lo desconsolaban, sino que a las armas literarias se acercaban y despacio la hoja de fuertes puños, fuertes palabras llenaban. Primero la tinta, después la letra, en conjunto con sus ideas, y la falta de racionalidad. Segundo el salto no cuantitativo, sino cualitativo de la calidad que lo alumbraba sin lámpara encendida, entre párrafo y párrafo en donde su placer no calcinaba ¡Que dichoso se sentía que ya nada le importaba, y el mundo y su realidad se abstraían frente a lo que la responsabilidad quizá lo ataba! Más aún, la hoja como quimera envuelta de tinta, empapaba de sentidos  al raciocinio, que indefenso ahogado dejaba. Un huracán de expresiones vividas hacía que el escritorio se levantara, que su gato le hablara, le dijese lo bien que sonaba la noche, su tinta, el cosmos, y las palabras que de un vuelo de a poco levitaban. Las letras iban y venían de un lado a otro, despegaban  pasando por la puerta de entrada y volvían para simular ser estrellas que en las hojas se estrellaban y en la noche encastraban. Y las hojas flotaban, flotaban como sábanas ante una brisa fresca que por una ventana de edificio entrara, Ya no había promesas, no había destinos, no existía razones por las cuales no soñara que lo que sucedía era real, y que la realidad se transformara vestida de sucesos. Sucesos encadenados, que devinieron en el texto que esa noche cerraba, que su escritorio vivía y compartía en pos de la conexión de sus manos, las ideas, la mente, las hojas, la tinta, el gato y el café.

Cuando casi como acto reflejo miró el reloj, el tiempo seguía donde estaba. No se había ido a ninguna parte, de un momento a otro el puntilloso desastre de pensar desembocó en la bifurcación de sus ideales. Y perseguido por las ganas de cambiar, su mente volvió poco a poco frente al desorden de sus ideas, las responsabilidades y los malaventurados sucesos reales.

Sin embargo, frente a él, se encontraba su cierre para esa noche tempestuosa que no hizo más que embellecer un sueño despierto en el que escribiendo, pronto un diminuto destello de cambio logró.
Antes de irse a acostar, intentó pensar. Pero no pudo más. Se dio cuenta de que lo que pensaba - y soñaba- había quedado plasmado en las hojas que un comienzo lo atraían.

Un ojo despacio cerró, y el otro en conjunto desvaneció.

Su gato, silencioso por lo bajo, ronroneó.



lunes, 18 de julio de 2016

Plegaria a un mañana de invierno

Que dios nos vea a todos por igual, y la ley ante todos como dioses.
Que nos digamos mentiras, sin dejar de mirarnos a los ojos en sincericidio.
Que nos sirvamos todo por igual, dejando la botella con gotas inservibles que jamás serán servidas.
Que los mediodías dejen de ser medios, y si pedazos enteros de detalles eclécticos.
Que las noches se apaguen para que las encendamos de un solo “click” sin un botón 
falseado.

Que nos fundamos en metal líquido y nos forjemos en bastiones de otro siglo.
Que compliquemos lo sencillo, solo para no complicarnos tan seguido, sencillamente.
Que ver sea aburrido, así nos dedicamos a salir para que otros aburridos nos vean.
Que podamos predecir mal un final, terminando en offside una y otra vez y otra vez por estar adelantados.
Que crucemos la calle a la par, pero que el semáforo esté con el tipito siempre colgado en rojo.
Que nos levantemos de una siesta, y que la resaca nos deje sin levantarnos y sin oreos y sin cindor..
Que dejemos de idealizarnos y nos propongamos de una vez por todas ser ideas, y no 
ideales.
Que nos ahoguemos en un mar de gustos sin sentido, en una marea que nos identifique desde la orilla.
Que los soles nos quemen en la noche, y la luna nos ilumine a través de las hojas de los árboles de la Plaza Güemes.
Que distingamos lo superficial para dejar aún lado las superficies y lo super facial a la vez.
Que miremos a través de cada uno para saber quién está parado en cada una de las esquinas esperando el 55 hace mil años.

Que seamos histeria pura para envolvernos en las ganas que nos atan y nos alejan a la 
vez al uno del otro.

Que impidamos sonar siempre lo mismo en la radio, solo para escuchar nuestra 
interferencia en los auriculares de todos en el bondi.

Que nos doblemos en partes iguales, y hagamos desigual el papel que le toque jugar a cada parte.

Que contaminemos el ambiente con toxinas que emiten nuestros cuerpos al mirarnos y 
otros tengan que usar barbijo para respirarnos.

Que dejemos de soñar lo mismo de todos los días, y despertemos en la vereda de una vez 
por todas. (no así en la calle)

Que incendiemos los restos de las molestias y fumemos sus cenizas posadas en un lillo.
Que plantemos un álamo en el patio de una casa que no sea la nuestra y cuya dirección olvidemos en Morón.
Que dividamos la rutina en un tercio para recordarla y todo lo restante para doblegarla a nuestra insensatez.
Que maduremos al revés aprendiendo erróneamente a ser adultos insensatos.
Que mañana nos acostemos temprano, pero despertemos tarde a la misma hora de ahora.
Que mañana tenga un tono distinto al de hoy, y que suene una nota más alta sutilmente 
colocada.
Que mañana haya pasado cada cosa que anhelamos, dejándonos sin anhelo y sin aliento.
Que mañana sea pasado, pero sin olvidar-lo; sin olvidar-nos.
Y que mañana sea el principio de otro mañana como el de ayer, a la hora de hoy, en pleno invierno y en plena frazada. 

viernes, 17 de junio de 2016

La habitación

Existe una habitación en el mundo de la que un hombre y una mujer no quisieran jamás salir.

La ubicación exacta no fue dada por nadie, y mucho menos la descripción de la casa que la contiene. Sin embargo, quienes entraron aseguran que no recuerdan haber seguido con los datos que las demás parejas les hayan dado. Es un rumor que algunas y algunos cuentan. Todas y cada una de las personas que la visitaron, tienen una versión diferente de donde queda la casa. Es una casa, de todas formas, y no es para nada ajena. Tampoco tiene alguna particularidad. Sin embargo, en algún punto, a todos les pertenece. Pero nadie sabe decir donde es con exactitud, y tan sólo se limitan a contar lo que se siente estar en la habitación de esa casa, a lo que se vive en ella.

Ninguna pareja que haya pasado la noche dentro de esas cuatro y simples paredes, recuerda cómo llego. Por cada pregunta hecha, hay una respuesta difusa. Tanto de él, como de ella. Algunos la describen como "una habitación sin memoria", otros por el contrario, se quedan sin palabras por el sinfín de sensaciones que viven después de haberla habitado, precisamente, al menos por una noche. Al parecer, deja a muchos sin palabras, desconciertos, e incluso, hasta sin aliento.

Pero es la incógnita, la inmensa curiosidad de muchos hombres y mujeres que desean conocer tan elocuente lugar, lo que los ha llevado hasta los extremos por el mero hecho de saber siquiera dónde es, que rumbo tomar, con quien, por cuanto y por sobre todo, cómo. Son jóvenes, son adultos, son de todas las edades. Son de una noche, son novios, son recién conocidos, son parejas desde hace añares, son matrimonios, son los títulos que sean o existan en las relaciones monogámicas. Son todos los que se dejan llevar por los rumores de quienes la han pisado -y disfrutado-, los que se preguntan qué tiene de especial una simple habitación, cuya particularidad es que tiene un requisito inquebrantable para entrar: compartir una sola noche de a dos. No importa cuando, donde, con quien. Pero así tiene que ser. Sólo una noche y no más.


Las experiencias hablan de un lugar que rompe con todos los segundos, minutos y horas de solo girar un picaporte gastado, sin necesidad de una llave. De un oasis a medio camino descubierto luego de abrir una puerta cualquiera, y que tras cerrarla, las miradas no se desenfocan del uno del otro, sino que chocan entre sí evitando decir tan solo dos o tres palabras como mucho. Las palabras van a ser traducidas en el tacto de cada uno.  Tacto, tan punzante y vívido, que ya no existe otro foco de distracción, más allá del cuerpo sentido por ambos sexos en el instante en el que entraron, y que los encuentra teñidos de solvencia. Posee el clima exacto para lograr revivir aquello que estaba resguardado, quizá muy en el fondo de ella, y que tenía un sentido que esperaba para ser despertado dentro de él, y viceversa. Una sencillez ambigua que conecta a quienes creen estar conectados, pero multiplicado, triplicado y llevado a niveles que potencia el deseo: deseo como un arma de fuego, que no desenfunda en un mero desquite sexual, sino que va mucho más allá de los límites, contemplando las necesidades de explotar el sentido del uno con el otro derrochando impulsos. Son palpitaciones que laten una y otra y otra vez con una convicción declarada sin decirla, a velocidades imposibles de contar. Donde los placeres lujuriosos de una sola noche, compenetran en los olvidos de los demás días de sus vidas. Es una noche diferente, desde la matriz del cuerpo de cada uno que se atreva a ahondar siquiera en semejante energía desdichada entre las paredes, que rebota por cada suspiro que las bocas desentrañan en cada movimiento; que vislumbra ráfagas de placer e iluminan una oscuridad clarificada en una habitación, que aparenta ser una más de las que ya han estado. Es quizá un desencuentro de los alrededores de quienes abren la puerta, y deciden recostarse por una noche junto con quienes les significan algo. No interesa qué, no interesa cuánto, no interesa cómo. Sí interesa la habitación que tanta potencia genera, que tanto presencia, que tanto despierta en quienes pasan tan solo una noche dentro de ella. No hay una claridad de lo que sucede, no hay chispazos de recuerdos lúcidos, pero si huellas de lo que sienten quienes atraviesan esa puerta. Hay una cuota de vacío del exterior, difuminado por lo lleno que está la habitación en las manos de sus huéspedes. De cómo la llenan, y quiénes la llenan. La cualidad de estar explorando sensaciones que un hombre y una mujer consideraban inciertas, las son vividas con gloria y satisfacción en un lugar en el que saben bien lo bien que se sienten mutuamente, el uno frente al otro, en sus ojos, en la cercanía, en su cercanía a la que han llegado, la que han encontrado, la que han comentado y escuchado de boca en boca tras los dichos de los hechos de los demás, que no surgieron de ningún otro lado que no sea más que de un sencillo lugar encontrado tras el pasaje de la curiosidad, hacia ningún sentido claro, sin ninguna decisión concreta, pero que concretan la noche que los condujo a la habitación de la que todos hablan, a la que todos entran.

Y de la que nadie quiere salir.

viernes, 3 de junio de 2016

Una mirada Azul

Azul comienza su día desde muy temprano sin importar qué día de la semana sea, y sin importar el estado de ánimo que tenga.

Lo primero que hace es dar vueltas dentro de su propia cama, porque para ella irse a dormir y despertar, es un abrir y cerrar de ojos diario, un placer efímero que se manifiesta en pos de disfrute y nada más. Da entonces una vuelta, da dos, da tres y después se toma el tiempo necesario para saber si necesita una cuarta vuelta más - cosa que por lo general duda hasta que finalmente la da. Intenta dejar la cama cuidadosamente desordenada y meticulosamente imperfecta, lo suficiente como para no tener que lidiar con volver a hacerla, y tampoco para que la castiguen por no hacerla a la vez. Cada día encuentra el equilibrio de tiempo justo entre la pesadumbre del despertar, y su necesidad por levantarse, o porque la obligan a levantarse. Le cuesta, pero lo hace.

En sueños es donde encuentra dos maneras de ver y entender su propia realidad. Por un lado, descansa de tanta rutina que no le aburre, sino que la resignifica cansando de vez en cuando, como a cualquiera. Por otro lado, sueña entre colores. Son colores que disienten a los diarios, remiten a las cosas, e interpretan a sus pares y sus alrededores con una perspectiva que solo ella tiene, no así el resto de su familia. No llega a reconocer si lo que sueña es blanco y negro, o solo blanco, o solo negro. Y tampoco tiene muchas intenciones de decirlo, pero lo sabe, lo sueña, y lo demuestra como un aspecto de su vida.

Un aspecto del que está segura: todo debe ser blanco. Y aún sin abrir los ojos, o mientras duerme. Es su preferencia por excelencia. Le gusta el blanco, se viste de blanco, le atrae el blanco, anhela el blanco, lava su propio blanco todos los días, y empecinada, no quiere saber nada con otro color, salvo por algún que otro detalle negro oscuro como para generar un leve contraste, pero que no es mas que un incisivo detalle. Ninguna otra cosa le llama más la atención, que si misma. Y su blancura, por supuesto.

En cuyo caso, es en la mirada donde uno interpreta la diferencia. Y es que si no fuese porque el color de sus ojos cambia en el reflejo de la luz del sol, nadie sería capaz de afirmar con total seguridad si son amarillentos o verdosos. Por las tardes, la intermitente luz solar que penetra por la ventana de su cocina, de vez en cuando da puntillosamente en cada iris suyo, provocando una superposición de colores verde y amarillo que es imposible de pasar desapercibido. Pincelan demasiada claridad con demasiada sencillez, que en detalle dejan de lado su todo.

Ella no concibe y tampoco va a concebir que los placeres no son más de los que ya tiene. No cree en las cosas grandes, no le interesa lo material. Lo grande para ella es todo lo que la rodea, lo que para otros es insignificante, es tajante en su forma de concebirlo. Los rincones seguramente le guarden mayor lugar -y provecho- si en su perspectiva, una cima son un metro y medio, y su hogar es su mundo, en donde un salto esporádico a ningún lugar revierte un momento cualquiera para hacerlo más divertido.

Azul es una obsesiva de la limpieza, y su imagen. En el instante en que un tercero o cualquier cosa la incomode, inmediatamente se limpia, sin que eso repercuta en su imagen. Un perfume importado es su gran debilidad, lo siente profundamente como un detalle bienvenido de completar un buen cuidado personal, y lo disfruta de solo olfatearlo.

Azul exige y agradece cada plato que se le cocina, sea mañana tarde o noche. Pero al mismo tiempo, abusa de eso, ya que nunca termina de estar satisfecha y peca de gula constante. Comer es algo rico e insaciable como una siesta por tiempo indeterminado, pero con la diferencia de que dormir no le genera sobrepeso.

Muy probablemente no haya diferencia entre hoy y mañana, teñido de las sencillas razones que no comprometen a nadie, más que a sí misma a sentirse bien, y lo suficientemente cómoda como para no salir de sus propias estructuras. Por supuesto, no se deja llevar por las habladurías de la mayoría, porque a los ojos de cualquiera, no es comprendida y mucho menos enfatizada. Pero en respuesta de las críticas, decide continuar saltando de siesta en siesta.

En esencia, el afecto y el cariño para con su familia y su hogar, son equivalentes a su propia dependencia. Dependencia recíproca, que la conduce todos los días a sentirse bien, feliz, segura, cálida, importante y aceptada desde hace 17 años. Así como ella forma parte ellos, ellos forman gran parte de su sencilla sencilla vida.

Porque su ayer, es igual que su hoy, y muy probablemente que su mañana.

Y porque sus vueltas, antes y después de acostarse, también.

martes, 19 de abril de 2016

Absurdo, el que no juega

En un segundo dos miradas se cruzan.

Hay un tentempié en cada pestañeo que se da, entre cada señal que no registran, entre cada sonido que no emiten, entre cada paso que se desentiende por completo en búsqueda de un fin claro.
Primero ella lo ve a él, o él la ve a ella en primer lugar. Es confuso, difuso. Ambos no lo saben, pero una primera instancia es sobrellevada, aun en la lejanía que dista de ser inesperada, es netamente impensada desde un comienzo.

Sus manos  se mueven de un lado a otro, y los pies dan pasos que van y vienen una y otra vez sin moverse cada uno de su lugar, pero sincronizando una parábola de sentido, en relación a la música y el uno con el otro.

Una atracción sin descripción hermética y química se manifiesta en el ambiente -insisto-sin dar cuenta de nada aún, por nada ni nadie, lo que desemboca en una férrea resolución que sólo las dos partes quizá puedan llegar a conocer.

Empero, el contexto es ruidoso, tumultuoso, borroso, confuso y por sobre todas las cosas, difuminado entre tan poca luz y tanto movimiento humano que distrae el foco de atención. Es difícil obtener claridad, si la oscuridad da lugar a que la presencia y los cuerpos sean los principales actores de una obra con telón bajo. No hay luces que clarifiquen, ni escenario que organice.

Sin embargo, la razón desaparece y el juego no tan absurdo comienza a surgir, sin que aún se den cuenta de nada. De un instante a otro, de una agitada respiración hacia otra. se produce un latente paso de cercanía, producto de uno previo y gestor de un siguiente. Y quizá esa sea la razón, entre tanta irracionalidad, para conjugar el verbo exacto en el momento exacto en el que ambas partes se atraen sin intercambiar palabra alguna. Entre tantos sonidos, no hay uno solo que sea desencadenante y envolvente a la vez de un camino claro a seguir. La fuerza y el peso de la mirada de ambos sexos repercute por dentro, y los acerca aún más a lo que quizá sienten que puede suceder, pero lejos están de ignorar. Es una posibilidad aún. Una fuerza latente los empuja a un vació que hay que llenar, lo perciben en el ambiente, lo detectan en sus cuerpos, y peligra de surgir.

Un relámpago quizá, o la propia fuerza despierta los sentidos por dentro de él, y decide acercarse físicamente hacia ella, tan atrayente, vivaz, preciosa, que no dista de ser una circunferencia indebida a la que apunta para llegar a destino. Hay un camino claro que se desdibuja a los ojos ajenos, pero no para él, a quien los puntos se unen en conexión con esa otra.

Ella lo conoce, lo intuye, lo percibe. Pero  no da cuenta de la situación, más allá del efímero intercambio de miradas, en ningún momento se percató de la cercanía con la que tanto anhelaba, y que en concreto ya casi alcanzaba. No lo demostraba, pero lo deseaba. Con lo cual, al sentir la presencia y energía de él, ella se autoconvoca a surgir en su organismo una férrea sensación de entusiasmo que aviva la chispa insensata de la noche, y el placer de concretarse el encuentro.

Entonces él reduce distancia entre paso y paso, haciéndose paso entre la gente que no le abre el paso. Los segundos son minutos, y la hora ya no existe. El instante es una eternidad. Casi están cara a cara. Pero no. El cara a cara tarda en suceder, en medio de tanta fluidez inhóspita, el estallido tarda un momento más.

A ella le llama, lo atrae él, quien ya esta prácticamente a su lado y dirige toda su atención, de pies a cabeza, de sentido en sentido a un encuentro aún mas cercano. Un tacto ambiguo y válido de su naturaleza, rodeada de nadie en la mira a él.

Lo físico contradice la razón, y la emergencia de sentirse a centímetros configuran un deseo de ambos, que de concretarse, nada mas debería importar. Ni uno, ni los otros, sino ambos.
Y qué importa si no hay un" por qué" de continuar, sino más bien el deseo de querer, entre tanto no querer de otros momentos.  El paso que da un traspaso sin pisar fuerte, pero queriendo acercarse a su
boca, su cara, sus ojos, su cuerpo, su pelo, sus manos.

Lo que ambos no saben, es que de seguir jugando, carecerá de sentido no haberlo hecho. Si el resultado no contradice la situación, el nivel de satisfacción será tan alto que el tacto resulta muy poco en el encuentro físico. Y de no concretarse nada, entonces nada habría tenido sentido. Pero no. Ambos lo intuyeron y lo fueron construyendo en medio de todo y de todos.

El sentido se fue dando, de menor a mayor, creciendo, raspando el suelo, subiendo por los pies, la cadera, el torso, el cuello hasta la boca y entrar por el cuerpo para ser sentido en la sangre, correr por las venas y finalmente revivirlo la mañana siguiente.

En un segundo, dos miradas se cruzaron. Hubo un instante en que los pestañeos no se dieron, las señales no se registraron, y los sonidos no se emitieron, pero el juego se jugó, y la certeza de no saber en qué, pero si sentir con qué, triunfó.

El juego siguió.

Y la noche perduró.